sábado, 27 de febrero de 2016

Resplandor.


A lo lejos se puede oír la banda, ensayando una marcha militar acelerada, dispar; no sé si eso me despertó, o el reflejo del sol que da en la pared blanquecina y sucia. Tanto tiempo sin ver el sol, para tener que apreciarlo de esta manera, de rebote; ni su calor puedo sentir.
Cedo a la necesidad de escupir a un lado, mi boca está llena de esta saliva pegajosa, llevo tres días aquí, sin oportunidad de higienizarme, al menos ya no siento la comezón en el cuerpo, será que me acostumbré a esta suciedad, como mis pies se acostumbraron al frío, que cala dentro de las botas sin cordones, intento mover los pies y recién caigo en la cuenta de que ya no los siento, seguramente están congelados, ahora el dolor y las punzadas se trasladaron a mis manos, no soporto el tormento de este clima inhóspito, estoy  aterido, y los golpes que recibí de manos de ese gigante y sus acólitos oscuros, parecen cerrarse y abrirse una y otra vez, dejando correr un hilo de sangre que resbala por mi rostro, recordándome donde esta cada herida.
No, hoy no quiero recapitular como llegué aquí, hoy no.
Oigo a través de la pequeña ventana a mis espaldas, el golpe sordo de los pasos contra el suelo nevado, se mezclan acompasados con el ruido de los metales de las armas, y sospecho que son los soldados que se dirigen al cambio de guardia. La hora se acerca, pensé que estaría resignado, pero el terror no me deja respirar con normalidad. Si solo pudiera entender lo que dicen, si volviera al menos un minuto aquel guardián, que trabó y destrabó su lengua como pudo, para anunciarme el destino, apenas inteligible, mezclando su idioma con el mío, balbuceando la agenda de este día.
Tengo esta visión de revoluciones perdidas, de causas que buscan apoyarse en la estructura de una moral, que creí correcta, justa, y que hoy me tiene abandonado y postrado a la espera del final. Tal vez si no hubiese esperado a que las linternas se fueran, si hubiera puesto mis piernas en movimiento, en vez de acurrucarme al pie de ese árbol. Otra vez estoy haciendo esto, a pesar de que me lo prohíbo, encuentro siempre la puerta para entrar a la sala de análisis en mi cabeza, allí donde no hago más que repetirme y arrepentirme de lo que hice mal y de lo que debí haber hecho; ya basta, ya no quiero pensar.
De repente logro ver al centinela bilingüe, él no es como los otros; que parecen cancerberos furiosos, que me insultan sin razón, pues no comprendo lo que dicen, alguno hasta orinó en dirección a la celda, como si en ese lejano acto, me ultrajara. Él no, él hasta tenía cierta muesca de lástima en el rostro cuando me miraba, cuando dejaba deslizar el agua en mi garganta seca. Estaba allí, simplemente parado mirándome, sin decir ni hacer nada, cuánto tiempo llevará ahí, repentinamente veo que sus labios se mueven, intenta decir algo, pero si apenas pude distinguir sus palabras; estimo, me será imposible leer sus labios, maldito reflejo que hace rato disfrutaba, ahora me hace contraluz con la silueta de este hombre, y empeora lo ya inalcanzable que resulta concebir lo que está articulando.
Está deslizando una mano adentro, súbitamente corta el silencio entre los dos el sonido de la pesada aldaba; se dirige a mí, transita ese corto pasillo y entra a la celda, a la luz tenue del sol, que aunque recién sale, ya está amenazando con marcharse, son unos cuantos pasos, pero me resulta un tiempo interminable, se arrodilla en una sola pierna ante mí, como para que su boca quede a la altura de mi oído y me susurra esta vez muy claramente.
—Ustedes vencieron—y refuerza lo dicho—ganaron, se terminó.
No sé si será la emoción, pero esta vez puedo comprender completamente lo que me dice,  los rebeldes vencieron, todo terminó; por fin.
Pone la llave en las esposas de mi mano izquierda, las que me obligaban  a permanecer sentado, ya que estaban unidas a un semicírculo de metal que sobresalía a esa altura de la pared, tengo el brazo casi entumecido, todo este tiempo estuvo quieto ahí, a pesar de que lo frotaba una y otra vez con mi mano libre.
Casi con confianza, como si nos conociéramos de toda la vida, le pregunto, que pasará, que sucede ahora, adonde me llevarán, que harán. Tantas preguntas, para expresar lo mismo, si mi destino cambiaba su rumbo, o no. De repente noto que ya no me habla, no responde nada, simplemente se yergue casi de un salto; alguien llega, y el antes amable centinela, vocifera en su extraño idioma de nuevo, no sé qué dirá, pero entiendo que es una orden, y lo único que podría estar ordenándome es que me pusiera de pie, hago uno y otro intento en vano, ni mis pies responden con fuerza, ni mis piernas agarrotadas ayudan. Hay elecciones en la vida que no responden al plano estético, esta es una de ellas, pararme en este momento no constituía un acto heroico, era simplemente una imagen truculenta que aunque parecía a simple vista espantosa y patética, conducía indefectiblemente al placer, a la esperanza. Necesité de su mano poco amable tomando el cuello de mi camisa por detrás, mientras me elevaba, por fin, ahí estaba de pie, como un cervatillo recién nacido, pero de pie. Otra orden que no necesitaba traducción, ya que con la misma mano que me sostenía de la ropa, me impulsó a caminar.
Recorrí la celda arrastrando los pies, por falta de fuerza y porque al no estar ajustado el calzado, se hacía mucho más pesado. No había notado lo delgado que estaba, no tenía idea que en un par de días se podía perder tanto peso.
Una vez afuera, mis ojos me ardieron un poco, tampoco había notado que la celda estuviera tan oscura, el viento, mas gélido aun, me golpeó con una ventisca, depositando en mi cara pequeñas partículas de nieve, no quise sonreír, por temor a molestar; y en un acto cuasi involuntario, mis labios cortados que no podían unirse, soltaron en un siseo , como si fuera la tirada de toalla de un silbido, aquel himno, el de los insurrectos, los nobles rebeldes, los extranjeros en su propia tierra, los que nos enrolamos en esta pelea por decisión propia, nadie nos obligó; entonces las flores grises de mi interior sintieron la brisa de una primavera alegremente absurda; dudo que alguien más pudiera oírlo, tampoco pretendía eso, era como un ritual para mí mismo, algo que me daba fuerzas y  ayudaba a mis pies a arrastrarse con mayor vigor, sesgando la blancura de la nieve, remolcando pequeñas porciones conmigo .
La fuerte mano de aquel enemigo, al que no guardaba ningún rencor, me sostenía, fingiendo que me llevaba de manera ruda; mientras todos me miraban a un lado; de repente me soltó contra una pared, me giró dejándome de cara a él y a mi espalda apoyada en ese frio muro, lo mire a los ojos, y él mezcló las lenguas nuevamente, sin embargo, pude comprender lo que decía.
—Lo siento.
  Y al retirarse, pude ver frente a mí a un pequeño pelotón armado, conversaban algo entre ellos y se reían en voz baja.
La agenda seguiría su curso, pero por qué, es que sería algo así como un placebo para ellos, como una venganza, quizás como lo que significó el himno para mí.
Entonces mientras sopesaba aquello, me embargó una duda, ¿realmente vencimos? O fue un consuelo que aquel caballero, quiso regalarme antes de morir.

Un militar de alto grado se puso a la izquierda de ellos y ordenó en su habla, algo muy sencillo de adivinar; era el preparen y apunten de cualquier fusilamiento; sin redoble de tambor, sin un último deseo, sin cigarrillo en la boca ni venda en los ojos. Solo deseaba mirarlos de frente, no se para que, buscaba sus ojos con insistencia, pero un resplandor me negó ese momento, no pude discernir, si fue el reflejo del sol en la nieve, que estaba en todos lados, o el fuego de las armas que escupían su muerte. 

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